En el artículo anterior, ¿Qué nos Cuenta de Nosotros lo que Vemos en los Demás? Parte 1, veíamos que la información que percibimos del exterior siempre nos está hablando. Nos habla de cómo nos estamos comportando y de cómo estamos percibiendo las cosas. Nos habla de en qué aspectos, de las situaciones y de las personas, estamos enfocando nuestra atención.
Y ¿qué es lo que hace que ponga mi atención en ciertos aspectos de una persona, o situación, y no en otros?
Varios son los motivos que nos hacen poner atención en unas cosas y no en otras. Nuestras experiencias pasadas, las creencias que poseemos sobre la vida, nuestros gustos o disgustos, los valores personales, etc. Pero en este artículo, y al hilo del anterior, nos vamos a centrar en qué es lo que nos hace poner la atención en las características que no nos gustan de los demás. Que es lo mismo que nos hace pasar por alto las que sí nos gustan de esas mismas personas.
Para ello vamos a echar un vistazo a nuestro desarrollo como niños.
Cuando somos niños, hasta aproximadamente los 7 años, es cuando nos formamos la idea de quién somos. Esa época es crucial para nosotros. Es cuando se construye nuestra personalidad.
Hasta los 7 años no aparecen en nuestro cerebro una clase de ondas cerebrales, llamadas ondas alfa. Este tipo de ondas están caracterizadas por la conciencia. Cuando las ondas alfa ya están presentes, podemos pasar la información que nos llega por el filtro de nuestras creencias y experiencias. Digamos que somos capaces de “cuestionar” la información que recibimos.
Antes de los 7 años las ondas alfa no existen en nuestro cerebro. Esto quiere decir que toda la información que recibimos nos la creemos. No la cuestionamos. Simplemente la descargamos.
Durante esta época es la época en la que adquirimos la inmensa mayoría de nuestros programas. Nuestras creencias. Es la época programable. Pues nuestra mente actúa como si fuera un ordenador que descargara programas informáticos. La información que recoge un niño de 5 años de cómo papá trata a mamá se descarga en su mente. Así, el niño aprende de una manera rápida. Puede aprender la forma de tratar a una mamá, de tratar a una pareja o de tratar a una mujer. Si el niño tuviera que cuestionar toda la información que recibe, tardaría mucho tiempo en estar “preparado” para enfrentarse al mundo. Esta época programable es un simple mecanismo de nuestra mente para poder desenvolvernos en nuestro ambiente lo antes posible. Es un mecanismo de supervivencia muy bien planeado.
También en esta época nos enseñan lo que está bien y lo que está mal. Qué es correcto hacer, pensar y sentir.
Así, vamos creando nuestra personalidad hacia ese “yo ideal” que nos enseñan que debemos ser.
Unos niños aprenden que tienen que ser perfectos. Se convierten en unos adultos muy críticos con ellos mismos y con los demás. Otros aprenden que para ser buenos tienen que dar, dar y dar. Estos se convierten en adultos que no saben recibir ni establecer límites sanos con otras personas. Otros aprenden solo a recibir y no saben dar… Así, cada uno va aprendiendo lo que le enseñan.
Al ser programados, empezamos a reprimir todas las cosas que “no están bien” para poder alcanzar esa idea de “yo ideal”.
Por ejemplo, a un niño le han podido enseñar que «los hombres no lloran». A partir de ese momento el niño, y posterior adulto, intentará reprimir esa sensibilidad. En algún momento de su vida se enfrentará con alguna situación en la que no podrá reprimir esa sensibilidad. Entonces se sentirá muy mal, porque no encaja con su idea de ser.
Estas partes nuestras que reprimimos forman parte de nuestra “sombra”, concepto que desarrolló el famoso psicólogo Carl Gustav Jung. La sombra son las partes de nosotros mismos que no hemos aceptado. Y aquí viene lo que nos ocupa, esta sombra puede aparecer en forma de personas que no nos gustan.
La mente subconsciente habla en imágenes. Cada experiencia, pensamiento, emoción que tenemos, queda imprimida en nuestro subconsciente en forma de imagen. Las imágenes que tienen una energía intensa, como pueden ser los aspectos de nosotros mismos que hemos reprimido, buscan forma física. Normalmente…
Lo que detestamos en otros es lo que detestamos de nosotros mismos y no aceptamos
Al no aceptarlo lo hemos reprimido. La única manera que tenemos de sacarlo a la luz es proyectándolo en los demás.
Solemos poner la atención en las características de los demás que no nos gustan porque son una proyección de nuestra propia energía reprimida. Esa que busca forma física.
Así, esa persona que no soporto me está mostrando un aspecto mío que reprimo. Si esta persona realiza un comportamiento que me molesta, seguramente es algo que yo no me permito hacer. Por ejemplo, me puede sacar de mis casillas el hecho de que un compañero de trabajo pida tiempo libre al jefe para un asunto familiar. Asunto que yo considero que no es suficientemente importante. Puede que yo no me esté permitiendo pedir ese tiempo, para un asunto parecido. De pequeño me enseñaron que debo ser responsable y que lo primero es el trabajo. En realidad, yo deseo pedir ese tiempo y pasarlo con mi familia. Pero reprimo ese deseo porque “no está bien”, tal como me enseñaron. Al no permitírmelo lo veo reflejado fuera y eso me molesta mucho.
Nuestra sombra alberga nuestros deseos reprimidos, fantasías, resentimientos infantiles y nuestros temores más profundos.
Cuando nos sentimos heridos, avergonzados, indignados, cuando sacamos lo peor de nosotros mismos es cuando se vislumbra la sombra.
Aceptar nuestra sombra es dar el primer paso para poder liberar esa energía reprimida y transformarla en una potencialidad. Pues la manera de realizarnos plenamente es enfrentarnos a nuestra sombra.
Agradezcamos, entonces, a esas personas que reflejan nuestra sombra y nos provocan ese inconfundible malestar. Ya que en ellas reside la posibilidad de liberarnos y realizarnos plenamente.
“Lo que no me gusta en ti lo corrijo en mí”
¿Te resulta interesante? ¡Compártelo!
Deja una respuesta