El secreto de una relación plena es ocuparse de uno mismo.
Cuando ponemos toda la atención en la otra persona estamos cometiendo un grave error. Error que puede llevar a la relación hasta su propio fin. Incluso puede conducirnos por caminos tortuosos por los que jamás desearíamos transitar.
¿Cuál es propósito de esta relación? Esta la primera pregunta que deberíamos hacernos antes de comenzar una relación. Sí la respuesta a esta pregunta se dirige a cubrir alguna «supuesta necesidad» nuestra, ya empezamos con el pie cambiado.
Cuando esperamos que el otro nos haga felices, las desilusiones y decepciones están aseguradas. ¿De quién podría ser la responsabilidad de nuestro bienestar sino de nosotros mismos? Además, ¿quién es capaz de soportar las cargas de las expectativas de otra persona? Esa persona ha vivido infinidad de experiencias diferentes a nosotros. Por las cuales es imposible que la entendamos al 100%.
Si el propósito de comenzar una relación es que el otro nos haga felices, sentirnos acompañados, queridos, obtener seguridad económica o una posición social, esa relación está predestinada al sufrimiento.
Las relaciones sanas, agradables, fluidas y enriquecedoras comienzan con un propósito bien distinto, con el propósito de Expresar Amor.
Cuando el propósito de la relación es expresar amor un mundo maravilloso lleno de alegría, satisfacción y evolución personal se abre ante nosotros. La aceptación hace acto de presencia y se convierte en uno de los votos de la relación.
El amor es querer para el otro lo que el otro quiere para sí mismo.
Cuando queremos para el otro lo que nosotros creemos que es mejor para él o generamos unas expectativas en las que el otro nos «debe encajar», entramos en el pantanoso mundo del «querer cambiarle».
Implícita, en este mundo, viene la falta de aceptación, que lleva consigo el mensaje para el otro de «no eres suficientemente bueno para mí, así que debes cambiar». Comienza entonces el resentimiento inconsciente del otro por no sentirse aceptado, que es lo mismo que no sentirse querido. A pesar de todos los esfuerzos que hace por cambiar su forma de ser para agradar al otro, sigue sin sentirse aceptado y amado.
Por otra parte, cuando generamos expectativas en las que el otro » debe encajar», terminamos sintiéndonos frustrados. Pues, la forma de esas expectativas sólo existe en nuestra mente. El otro no tiene manera posible de cumplirlas. No podría jamás entenderlas completamente, pues están empapadas de experiencias y memorias escondidas en un nivel profundo de la mente del que las genera. Aunque el otro se esforzara al máximo en alcanzar esas expectativas su tarea acabaría siendo ardua e irremediablemente inalcanzable.
Cuando uno se hace responsable de uno mismo, de su propia felicidad, de su seguridad y autoestima, la necesidad de buscar en el otro todo esto desaparece.
Cuando nos ocupamos de nosotros mismos nos liberamos y liberamos a los demás.
Nos liberamos de la «necesidad» de encontrar en otros, o en lo que otros hacen o dejan de hacer, nuestra felicidad y bienestar. Nos liberamos y con ello liberamos a los demás de la responsabilidad de hacernos felices.
Con esta liberación del otro, el resentimiento, la incomodidad, la sensación de no sentirse amado y aceptado desaparecen también en él. La relación ahora es una relación entre iguales. Entre personas libres que eligen compartir sus experiencias y sus formas de expresar amor.
Otro propósito que viene ligado a la expresión de amor, en una relación, es el deseo de evolución. El deseo de desarrollo personal y de oportunidades de autodescubrimiento.
Cuándo la máxima de la relación es la expresión de amor, cualquier situación poco agradable o complicada, se convierte en una oportunidad de oro para subir un peldaño en la escalera de nuestra evolución personal.
Al expresar amor en situaciones complicadas es como trascendemos el miedo. Transcendemos las inseguridades que nos impiden expresar la mejor y más elevada versión de nosotros mismos. Versión a la que todo ser humano aspira inconscientemente.
Expresando la mejor versión de nosotros mismos surge la magia que crea la complicidad. Se despliega el lazo de la confianza, que no viene de confiar en el otro, sino de confiar en uno mismo.
¿Deseas disfrutar de relaciones fluidas, enriquecedoras, alegres y plenas? Sí tu respuesta es sí, ocúpate de ti mismo. Olvídate de lo que piensa el otro, de lo que hace el otro, de lo que no hace el otro. Pregúntate qué es lo que estás pensando tú. Qué es lo que estás haciendo tú, qué es lo que no estás haciendo. Pregúntate cuál es el propósito de tus relaciones. Cuál es la finalidad de tus comportamientos en tus relaciones.
Si en tus relaciones no encuentras un sentimiento de plenitud y descubres que tu propósito es otro que el de expresar amor, tan sólo tienes que hacer una cosa y estas se transformarán… ocúpate de ti mismo y expande ese amor por ti a tus relaciones.
“La Honestidad es la forma más elevada de Amor”
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